Un tanto más sosegado, apaciguado, luego de tanta
magnificencia planetaria y tanta esplendidez humana, el poeta
hace un alto para escuchar, a viva selva, las voces y los
recuerdos que desde el pasado comparecen a confirmar vivencias
que ya había experimentado y otras que sólo
intuía; caviles que ya había hecho y otros que
estaba por hacer. Absorto en sus más recónditos
afueras y adentros, ensimismado, reconoce ser una vegetación que las lluvias hicieron crecer,
que tuvo el cuidado para contemplar de cerca lo que existe y lo
que no, que tanteó inestables momentos, sintiendo a
pedazos los hondos abismos de la reflexión, en fin, que
siempre fue canto rodado de otros torrentes, de disímiles
realidades, y que, cuerdo, juicioso, firme, tuvo a bien esquivar
la mala hierba.
El verde y húmedo entorno de sus iniciales asombros le
permite a Pérez Alencart realizar un balance preliminar de
lo alcanzado y lo aceptado: "El corazón se
me fue ajustando / al privilegio de una forma de vida: / Sin
fatiga, los mitos tomaron
asiento en mi imaginación. / Ningún triunfo, salvo
/ el acreditado amor de los
ancestros. / Ningún fracaso, salvo / pequeñas
injusticias". En la intimidad de sus confines, el escritor se
solaza de haber huido "del letargo de innúmeras
propuestas", y dice de él mismo que "lo telúrico /
me imantó a los blancos cabellos de la poesía".
La selva es un agüero, un lugar propicio para contemplar
y fabular, para descubrirla con los ojos del rostro y con los
espejismos de la fantasía; la realidad adquiere otra
evidencia, es a la vez un puede y un no puede ser, un albur y un
conjuro, un riesgo y un
ensalmo: un contexto dual que nace de una certidumbre y se
manifiesta como una alucinación: "Yo no sé, pero
creo que goteaban lágrimas / en los ojos del fantasma".
Así que nada tiene de extraño que el poeta
experimente a su selva en las latitudes del ensueño, en
las anchuras de la imaginación: "ME acerqué al
encantamiento. / Vi farolas al crepúsculo, / mecheros
encendidos como fuegos / aleteados. / Dádivas volando,
centellas / delante de mis ojos. / Fue en el tiempo de la
infancia. /
Fue cuando se tejen asombros / ante la luz de las
luciérnagas".
La Selva Madre y el Padre Río se hacen uno en la
emoción del escritor a fin de que la añoranza y la
nostalgia sean más genuinas y mucho más intensas:
el colibrí vuela ahora por las venas del poeta y le
obsequia sus mejores presagios; el canto de las chicharras "pule
su eco" y expande sus sonidos hasta el hogar salmantino del
trovador; mensajes indistintos "de miel y de ceniza" le son
ofrecidos al literato, anunciando la llegada de encendidos y
arrebatados amaneceres; los troncos arrastrados por el río
guardan como preciado tesoro el canto de los pájaros para
ofrendarle una sonora serenata a quien regresa sin haberse ido;
además, y por si fuera poco, "volaban pihuichos sobre
árboles
a la deriva", mientras que también pasaban palizadas
cargadas de achunis y trompeteros y, de repente, para que la
selva fuese más selva: "Pasaba lentamente alguna palizada,
/ con esa serpiente solita soleándose / en la rama del
renaco partido por un rayo", y "más atrás del
monte, / allá por la Cachuela, / hunden sus largas patas /
los timelos, danzando / en las tibias aguas, entre pescados y
caimanes".
Pérez Alencart no puede, ¿y quién
podría?, ocultar sus más genuinos asombros ante una
naturaleza que
le ofrece lo mejor de sí para que se reencuentre con sus
adentros y recree hasta los tuétanos sus ancestrales
vivencias. Sacudido por el llanto ante tanta vida real y
palpitante, el poeta, mecido ya en la insumergible canoa de sus
evocaciones, confiesa: "LLUEVE y sigo pisando recuerdos. /
Enseño lastimaduras cuando el cuerpo levita / sobre un
tapiz esmeralda / que cifra aquilatadas bienvenidas. /
Transterrado de tan inmenso reino, / tropezando, / a saltos de
aire, / voy
volviendo a lo que es mío. / Al atardecer, pego la oreja /
al tronco del castaño más alto de la chacra / y
unas lágrimas desbarrancan desde ojos / por penas
sacudidos. / Otro mundo comienza / cuando se instala la noche
entre los árboles".
El poeta, sin ataduras, revela a suyos y extraños que:
"el corazón se me fue ajustando / al privilegio de una
forma de vida", en la que sólo sabe donar al mundo
"semillas desvestidas de la tierra",
porque seguro
está de que, en su caso, con lo único que no ha
podido el imbatible olvido es con "la selva y su fragancia". Esa
-selva y fragancia- que son sólo "un extraño
aliento que se expande por el aire. / Apenas un jadeo tras
árboles cubiertos de musgo. / No hay viento pero las ramas
tiemblan / como si tuvieran fiebre".
Ciertamente, la selva del escritor no es la misma del turismo de aventura, de la
minería
depredadora o de la explotación maderera sin limitaciones,
la suya es otra, personal e
intransferible, espiritual, desconocida para casi todos los
mortales, posee su propio aliento, un hálito distintivo,
una esencia particular, que la Madre Selva revela exclusivamente
a su hijo privilegiado, a aquel que la canta por encima del
estruendo de las motosierras, la estulticia de los turistas de
paquete y la avidez de los insaciables mineros. En efecto,
Pérez Alencart inquiere decidido, altivo, dispuesto a la
ineluctable afrenta de las emociones:
"¿Alguien más conoce ese lugar lejano / donde nadie
habita sino un espíritu / que no se ha desvanecido
todavía?". Y para que ninguna duda quede, ninguna
vacilación se interponga, el poeta, suficientemente
explícito, declara a rajatabla: "es grande esta querencia,
/ este beber de ambrosías, / esta preñez de
innumerables desvelos / por mi selva de los confines".
El río Amarumayo, su intensidad, sus raudales, su
color, su
indudable capacidad para generar viejos y nuevos asombros hace
que el poeta experimente otra vez sensaciones arcanas y recupere
vivencias guardadas que no sentía desde su remota
niñez: "es de rigor volver / con el asombro jubiloso / de
la infancia", sentencia emocionadamente. El Amarumayo despierta
en el sensible ánimo del poeta sentimientos varios que lo
llevan a formular una emoción personal y colectiva: "En el
corazón de todos está el agua del
aire. / En el corazón de todos está el pueblo y el
paisaje. / En el corazón de todos está la voz que
llama / a ese mundo escondido entre las llamas de los
días. / A corazón abierto el mundo amado no se
escapa; / acontece, se justifica, nace lento de un río
invisible / que trae espumas y hálitos de embriagada
naturaleza".
Pálido, "intuyendo la continuidad que se avecina", cae
de rodillas el escritor, una, dos, tres veces, se embadurna con
la humedad del aire, la caliente tierra del
trópico recibe, atónita, las ofrendas
provenientes de la palabra poética de Pérez
Alencart, a la vez que, agradecida, le transmite efluvios
clorofílicos que le servirán al poeta como fuente
complementaria de energía que lo auxiliará en la
delicada tarea de desempolvar viejas querencias y promover
obligadas acciones de
justicia. Para
que no quede ninguna duda acerca del propósito fundamental
de su íntimo soliloquio, el poeta reconoce a la vista y
oídos de todos que: "Soy el testigo que no mutila su
sonrisa, / el hombre
dispuesto a que el pecho se le estalle / si extravía
el amor, el
beso de la tierra / o la ilímite comunión con el
territorio exacto / del origen. / En esta renovada aventura /
debo quebrantar reglas que barnizan el artificio".
Son varios los versos que el autor consagra en su
Soliloquio ante el río Amarumayo para que los
artificios, los ardides, las artimañas, las astucias, los
amaños se quebranten, pierdan su sempiterno barniz. Unos
son intimistas, otros atañen a la dimensión de
la familia,
unos cuantos son expresión de un deseo de justicia social,
otros expresan una muy comprensible preocupación
ecológica. Pero dejemos que sea el propio poeta quien
exprese sus angustias y esperanzas, sus alegrías y
tristezas, sus conformidades y reclamos en estas imágenes
que clasificaremos a nuestro mejor albedrío:
Intimistas: "no hay tregua; surgen /
alegrías que el recuerdo enciende, flores / suntuosas,
señoras y señores, parientes, ciudad y selvas
repitiendo ecos, / instantes huidos de lo que muchas / veces
fui".
Justicieras: "Sí, / es cierto, mi tierra
desde el aire / es una verde extensión con ríos
visibles / e invisibles. Pero también hay poblados sin
ayuda, / niños y hombres exhaustos, niñas en
tal agonía, / mujeres que conciben y conciben. / El
propio calor / es imán de la carne y repite desnudos y
caricias".
Políticas: "Pero / no soy dueño /
del futuro, / pero como hombre amo y soy generoso y no olvido
/ a quienes mal gobiernan mi terruño, / despiertos /
cuando las elecciones, dormidos cuando / triunfan:
¡Arre, arre, arre! ¿Qué manos manchadas
veo? ¿Qué promesas / preparadas para el olvido
oigo? (.) Tuerzo el cuello a los proclamados / y a los
pavorreales. / Y les recuerdo su grotesco oficio".
Modestas: "Si quisiera / exhibiría
sapiencias, diplomas / y otros frutos de tenaz aprendizaje. /
Pero no. / En este nuevo nacimiento / sólo
enseño lo que me es propio: / aquel reino de
luciérnagas / o esta doctrina feliz del que mucho debe
/ y ofrece que coman de su plato / y siente que dulcemente el
corazón se empapa / con locas alegrías y largas
sombras".
Ecológicas: "Vuelvo a mirar árboles
indultados / que resisten como viejas tortugas. / Vuelvo con
mi verde acento intacto / y me sé quedar lleno de
angustia / si pienso en el Ártico y el
Antártico, / en islas de las antípodas que la
marea va cubriendo, / en su vital dependencia de estas
selvas. / Aires para el mundo entero descansan por
aquí, / con sus purezas y alocuciones. Aguas para el
mundo entero discurren por aquí, / bajando en silencio
desde las cúpulas andinas. / He sentido el clima
herido / y tengo idea que no aprendemos".
Conclusivas: "Oh fondo / primero de los
días, / vengo de muy lejos para desvelar / emociones
que esplenden / en mí desde que existo. / Esta /
victoria / es la única que reclamo. / Luego pueden
darme poca luz, poca luz, / pocaluz.".
El puerto se une a la selva y al río a fin de que el
poeta se solace en el recuerdo, y su infancia retorne
súbita y en torrentes a quebrar racionalidades y
descoyuntar maduros sentimientos. Afiebrado de felicidad, infecto
de placer, envirado de contentos, Pérez Alencart cierra
los ojos para aparecer repentino, en un entusiasta viaje hacia
los orígenes: "en las calles donde maduré mi
infancia. He buscado lianas con las cuales trenzar afectos de
otros tiempos junto a paisajes para mí definitivos. Feliz
resulta conmemorar aquel alimento del corazón, volver a
ser el infante con marcas de besos
en las mejillas…".
Un puerto es trepidación continua, tráfico,
llegada y salida de gentes variopintas ("madereros, agricultores,
mitayeros, pescadores, castañeros") y mercancías
diversas ("bolsas enjebadas, sacos de yute repletos de naranjas
carnosas, yucas y racimos de plátanos por doquier"), es
muelle, estiba y caleta, malecón transitado noche y
día, embarcaciones de diferente tamaño y calado que
van y vienen alimentando hambres y esperanzas, en fin, un puerto
es también para nuestro poeta la grúa que sigue
"izando mis asombros".
El alucinado escritor llega al puerto de sus querencias para
tomar un bote imaginario que lo conduce indefectiblemente a la
vecina ciudad se sus recuerdos: "AQUÍ Alfredo Pérez
Alencart pedía una naranja y recibía misterios;
pedía besos de doncella y recibía el esplendor de
los ocasos, lácteas iridiscencias, solemnes visiones (.)
Alfredo pertenecía a la corteza virgen de los cedros, al
color del huayruro y la velocidad del
picaflor. Aquí surcaba ríos y convidaba bocanadas
de dulce amor rebalsado de su corazón".
El puerto es la ciudad y la ciudad es el puerto, así de
invariable es la siamesidad que el poeta recoge en sus conmovidos
versos, y ambos indistintamente, ciudad y puerto, puerto y
ciudad, como se prefiera, son a la vez con él: "Eres
conmigo, ciudad de las calles de fiesta, puerto fluvial que me
siente en sus entrañas".
El poeta desanda la urbe de sus primeros años con los
ojos del recuerdo y con la riqueza de la imaginación,
descalzo de ataduras racionales viene y va por Puerto Maldonado
-"la calle Loreto, el jirón Cuzco, la avenida Dos de
Mayo"- esa "ciudad que sobresale del polvo". En un rincón
"el azar descubre rutas semejantes a la tristeza" y el poeta
afligido de emoción constata: "He vuelto. He vuelto. He
vuelto.". En otra embocadura admira "el amplio cielo y las
sencillas casas de mi puerto", calles más allá el
escritor confirma "el registro de
aprendizajes junto a la libre juventud
florecida bajo el cielo de estos barrios" y en el viejo
camposanto del puerto el escritor se lamenta: "la maleza invade
tumbas del viejo cementerio e impone su presencia implacable
sobre el hueserío restante de mis ancestros".
El Manu, la reserva vegetal, ese verde y espeso corazón
de la Amazonía, también hace lo suyo para que el
delirio del poeta tome otros derroteros que complementen sus
verdes, húmedas y polvorientas emociones. El escritor no
puede ni quiere sustraerse al encanto de esa "naturaleza
inventada para ser heredad del mundo". Boga Pérez Alencart
en una canoa que no recorre el río sino el tiempo:
"Aquí no hay desengaños: este es el origen de un
desconocido pez de escamas doradas, el reducto donde tintinea la
creación alquímica, el lugar de donde posiblemente
se calcó el paraíso.", sentencia el poeta
espeleólogo, el descubridor del origen de la
vida, el ecólogo explorador que transforma la cadena
trófica en poesía: "Aquí está el
escondrijo del lobo de río, los frutos que alimentan al
venado, el venado que alimenta al jaguar, el jaguar que al morir
proporciona comida al gallinazo carroñero y abona el
suelo y
germinan más aprisa las semillas que luego
alimentarán a los monos, monos que serán cazados
por águilas y nativos.".
El parque nacional de los confines es redescubierto por este
poeta botánico que no dibuja sus especies sino las canta.
Pérez Alencart va más allá de las evidencias
botánicas y zoológicas, de los científicos
nombres y las correctas ilustraciones, usa su pluma para que sea
la letra y no el trazo, la poesía y no el dibujo, la que
nos conduzca, a través de sus reveladoras preguntas, por
la realidad deslumbrante del parque y sus especies: "¿De
qué gota de agua, discreta
y malabar, procede este boscaje soberano? ¿Cuál de
los rayos selectos encañona sus disparos para lograr
fotosíntesis tan inapelable? ¿Hay
alguna otra aurora semejante que se descuelgue pisando
blandamente las copas de los árboles?".
De la plural e intransferible emoción del poeta hemos
recorrido, en la visita propuesta por el escritor: selva,
río, puerto, ciudad y bosque; dejemos al propio
Pérez Alencart el derecho que le asiste a realizar su
sensorial síntesis
de lo visto y ofertado, de lo evidente y lo evocado. Tendremos
entonces, para culminar nuestro periplo amazónico, la
perspectiva singular y afectiva realizada por un ferviente
ciudadano de Puerto Maldonado:
"La costumbre de vivir del recuerdo enseña que el
amor tiene un espacio donde algo sucede si el lugar se nombra. He
vuelto con esta tarde amarilla que me asoma a lo pasado, con el
horizonte caldeado por el antiguo anhelo de poner los pies en la
tierra primera. Desde la fábula nombro al puerto de los
recuerdos y digo: "¡Abracadabra!". Entonces se van abriendo
las diáfanas ventanas de la infancia: las calles
polvorientas se inundan de luz, los mosquitos zumban en el aire
calimoso, la plaza se adecenta y huele a mango y
tamarindo".
II. SALAMANCA:
MÁS QUE UN DORADO CIELO
PIDO perdón por las
ausencias.
Yo soy el que vuelve de lejos,
el hijo pródigo que encontró
cobijo
en dorada ciudad de la vieja
Castilla.
Joven, en esa edad en que los sueños revuelven a los
hombres que van siendo, Pérez Alencart toma una de las
más fáciles y difíciles decisiones de su
precoz mocedad, dejar atrás lo amado y lo vivido a fin de
iniciar -lejos de su selva, de su puerto y de su río, de
sus familiares y amigos- nuevas querencias e inéditas
experiencias.
El poeta en ciernes, el doctor en proceso, el
promotor cultural en gestación, se asombra ahora, esta
vez, ante la ancestral magnificencia de una ciudad dorada que
hace sucumbir de pasmo y admiración a quienes la perciben
con la piel y la
recorren con la emoción. No puede el bisoño
Pérez Alencart ocultar su sorpresa, su asombro originario
que transformará luego en motivo lírico, en versos
citadinos que irán
más allá del cielo salmantino y de los monumentos
de la vieja ciudad castellana para convertirse en genuino y
sentido homenaje a su historia, sus piedras y sus
gentes. Años después, libros
después, versos después, en plena madurez vital y
creadora, el escritor confiesa su holista embelesamiento, su
integral hechizo ante tanta belleza alumbradora:
"También se ama las piedras que están como vivas, /
modelando inocente canción medieval, albergando / labios y
cinturas al borde de noches que alientan bienvenidas / para la
consumación de los sueños. / También se ama
a las ruinas que no pueden escapar / de los golpes del mundo
incansablemente áspero / pero con lágrimas posibles
y belleza alumbradora / acosando con su lengua las
ruinas que lo salpican. / También se aman modelos que
entregan sus fulgores / en finos atavíos redentores de
visión inagotable".
Totalmente enhechizado ante la imponente majestad de
Salamanca, el poeta confiesa: "Abro los ojos / y desamarro los
límites
/ a dos mundos que comienzan / en el lugar exacto de la ausencia.
/ No sé si todo es adiós / o si las capas de luz y
de sombra / fraccionan el horizonte ubicuo. / Pero esta vez me
corresponde aprender. / (.) Abro los ojos para trazar el
itinerario / que alimenta el corazón. / Aquí
encontré un último rincón / donde me he
demorado / tramitando el estatuto de las germinaciones.".
Aprendizaje no exento de dudas y vacilaciones, de momentos de
flaqueza y tentativas de renuncia, es el que le corresponde
realizar arduamente al poeta, quien no se amedrenta ante la
magnitud del reto de construir otro mundo en un reino que no ha
sido el suyo y que terminará por serlo. En poema dedicado
a su hijo José Alfredo, a su orgulloso legado
sanguíneo en tierra salmantina, el escritor rememora,
argumenta y concluye: "Y es que todo fulgor necesita de un cielo
inextinguible / y de una voz de fondo que le vaya dictando / los
perfiles de la ciudad unida a su destino (.) Entonces, / como un
aprendiz de perspicaz entendimiento, / abro los ojos para
redactar los fundamentos / concernientes a la vida y a las
moradas de luz / de un territorio íntimo de la vieja
Castilla. / Después, cuando ya sólo sea huesos o ceniza,
/ puede que este legajo de palabras fieles / me siga religando
con la visión de lo querido".
Ya en plena posesión de su nuevo entorno castellano,
convertido, por efecto de la constancia y del entusiasmo, en un
salmantino por convicción y no por adopción,
el poeta se dedica a glorificar a la ciudad y sus alrededores, a
demostrar su afecto a las nuevas querencias logradas en tierras
ibéricas y, en especial, su gratitud a aquellos
desprendidos samaritanos que le tendieron una mano solidaria. El
poeta, agradecido y sin empachos, así lo declara: "Yo
estaba allí, / en ese allí deslizado hacia el
vacío / y el yo habitado por doloridos adioses / de mi
patria. / Sin embargo, no faltaron apoyos felices / y un
horizonte para siempre. / En Salamanca el pan y la palabra
amistad /
llegaron juntas, atentas al joven / sin vituallas".
Transmutado en pastor físico y espiritual de los
innumerables y variados peregrinos que acuden a Salamanca para
beber de su ancestral sabiduría y recibir el óbolo
de su inextinguible brillo, Pérez Alencart realiza su
santo oficio ambivalentemente, generoso y pichirre,
munífico y avaro, espléndido y tacaño,
dadivoso y amarrete: "Con los ojos del amor / y la voz purificada
por el tiempo. / Así la entrega de los dones, / el alcance
de la ciudad que / -como guía- / ofrezco a los visitantes.
/ Pero siempre oculto algún tesoro. / No quiero que
manchen nuestra mesa / al servirse a manos llenas".
La ciudad, sus iglesias, sus torres, sus calles, su Plaza
Mayor, su cielo, sus monumentos, conventos, calles, palacios y
casonas ocupan la atención de nuestro escritor. Dejemos que
Pérez Alencart nos conduzca de nuevo, esta vez, por la
ciudad dorada que le brindó física y espiritual
posada. Acompañado de sus versos nos introducirá el
día de hoy en el brillo y en la oscuridad, en el fulgor y
en las negruras, en la luz y en las sombras de esta ciudad sin
tiempo que es ella, la que siempre ha sido, y la otra, aquella
que se renueva cotidianamente cuando es recorrida con los ojos de
la fogosidad y la exaltación, tal como lo hace nuestro
poeta, para ofrendarle a Salamanca una fidelidad que sólo
otorgaban las ancestrales tejedoras de Ítaca: "VOY a
conducirles a lugares donde se pierde la luz del día,
donde una antorcha alumbra el paso de quien busca penetrar en
túneles de verdusca soledad. Bajo superficie adorable, la
ciudad oculta pasadizos de evasión y terribles secretos de
fe. Fuerzo los tabiques que separan estas regiones de penumbras y
entro al tajo que comunica San Esteban con las Dueñas y el
sótano de Clerecía. Algo me dice que voy pisando
vestigios de amores enterrados por el olvido. También
percibo huellas de voraz Inquisición. Pero no juzgo ahora,
sometido al aletazo de la fábula y a la fuerza cierta
del susto a dos manos. Cada historia tiene su marejada de
fantasmas;
cada sensación trajina por el pecho a temperatura
diferente. En las entrañas de la ciudad hay un reguero de
caminos, unos polvorientos y otros para ser visitados en barca.
Vengan compañeros". Vayamos entonces.
Salamanca: "No serás sino aquel hombre que
celebre su ciudad / a cada instante, en todo campanario o
torre / profanadora de los vientos. / No habrá
fatigas. Ningún demiurgo / dictará qué
tejados y qué terrazas / formarán parte de tus
recuerdos. No descubrirás otro cielo como éste,
propicio para las apariciones / de cuencos de luz y de
escarcha (.) No podrás irte de ella / pues su sombra
estará dispuesta a amanecer / en las cornisas de
cualquier ciudad extraña / hasta saturar tu memoria
con el fuego de tu nombre".
Otra vez Salamanca: "Ciudad irrechazable, me
vienes cual sucesión de desnudeces, / sólo
altar, sólo / linaje de todas las edades. / A ti ato
mi memoria, / Salamanca, / cálido refugio, lugar de
residencia, vida por delante. / Y si el paso mortal prepara
su lecho de ascuas, / pueden leerme salmos a la intemperie, /
sin flores, sin lágrimas, / silabeando el calor de
algunos versos. / Dorándome aquí
estaré".
La Plaza Mayor: "SERENA / pero atada al gozo de
saberse única / y dadora de luces que generan
servidumbre / de distintos y distantes (.) Los años no
han pasado. O si lo hicieron, / fue para pulir aún
más estas invaluables fachadas / estampadas en el
corazón de todo salmantino, de cada visitante, de
más de un ausente (.) Plaza Mayor, donde la gente
charla, gira. Cruza, queda. Plaza Mayor, caudal de asombros,
/ voces rotas y silencios. / Plaza Mayor, selecto medallero
para empezar a gravitar por el mundo".
Casa de las Conchas: "SE diría que uno
respira mejor cerca de estas paredes que acogen la marea de
trescientas conchas. También la mirada incita a
recrearse con la estampa de un atractivo reino que contagia
amores lucientes al batir la flor de lis en el zaguán
de las apariciones (.) // Aquí continuaremos, mientras
la luz del día, con la ambición de descubrir
algún desplazamiento furtivo".
El Puente Romano: "CEDEMOS el paso / a los tibios
espíritus que rebrotan, / ajenos / a la absurda prisa
de estos tiempos. / Reconocemos su abolengo, / pues apenas
somos palabra / ante las piedras talladas durante el primer
milenio".
La Clerecía: "LOS dones de lo existente
bañaron por siglos su barroco esplendor. La
Clerecía tiene dos alas tremendas, imponentes sobre el
cielo de Salamanca, en silenciosa comunión para las
bienaventuranzas. Ahí está la Pontificia,
ensanchada con el Real Colegio, de frente al aire, lejos
todavía de la sombra de Dios (.) Uno se reconoce
pecador pero los otros no son santos".
Torre del Clavero: "Un fragmento de fortaleza y
la anunciación del fuego sobre las altas torres del
torreón octogonal. (.) // Quedan ojos llenos de
preguntas ante los escudos de esa posesión. // Huellas
de adioses están tatuadas en los ojos que guarda el
manantial de paz de la Plaza Colón".
Palacio de Fonseca: "Y ya no hay despedida, pues
la imaginación lo instala en el centro de un patio que
acumula certeras esquirlas del Renacimiento. (.) El claustro
proporciona sombras para oportunas resurrecciones".
Calle de la Compañía: "Al derrumbe
del invierno girábamos nuestros pasos / hacia la calle
de la Compañía. Allí, de madrugada, / la
sugestión de los muros nos trasladaba siglos
atrás, / cuando los trovadores desorientaban la noche
/ conspirando con amor y palabras tutelares. // Las farolas
estaban colgadas en la piedra, / como los candiles que daban
lumbre / a los bardos de entonces".
Universidad de Salamanca: "El estudio puede
ayudar a menguar la sordidez / del ser humano y reclamar unas
aulas donde lata / la conciencia sin la fiebre o el
aluvión / que purgan los agazapados (.) No escatimo
alabanzas para Salamantica Docet / pues su nombre
representa un esqueje de la dicha, / la presencia continua a
cuyo humus me aferro / por ser palabra y por ser idea".
Calle del Ataúd: "ALGO fluye desde las
congojas de estas sombras salmantinas, / algo resbala para
que tiemble mi carne entera / y me pierda amanecido como si
me hubiese tragado / el párpado lento de un muerto
regresando / con su trozo de olvido (.) Algo fluye como un
ataúd que me pone de muerte".
Casa de las Muertes: "Detrás de aquella
puerta el extravío. / Se escuchan saetas aplacando la
mano / del exterminio. / Pero el oscuro lienzo crece a
dentelladas, / urdiendo su porvenir / al doblar la escalera
donde reposa / el maleficio. / Al otro lado del día, /
en la plenitud surgida para lo aciago, / discurren cuchillos
/ detrás de aquella puerta. / Qué lugar".
A Pérez Alencart no se le escapa que Salamanca,
además de todo lo visto y evocado, es también su
valiosa gente -académicos y escritores, científicos
y humanistas-, en fin, el legado de conocimientos realizado por
hombres de saber que dejó una impronta indudable en el
plural acervo cultural de la humanidad, en el variado capital
intelectual del planeta. En su poesía de asombros
salmantinos hay un espacio para nombrar, rememorar y enaltecer
los grandes hombres a los que Salamanca asocia su prestigio, para
hacer posible el lema identificador de su orgullosa y prestigiosa
universidad:
"lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo
presta".
Nuestro poeta incluye en sus salmantinos cánticos de
alabanza a algunas de aquellas figuras que hacen de Salamanca
algo más que un cielo, y mucho más que una ciudad.
Dejemos nuevamente al poeta renovar sus afectos y expresar su
admiración por:
Fray Luis de León: El escritor apostado en
el aula que lleva el nombre del acontecido fraile en la
Universidad de Salamanca, discreto y transido, expresa: "Soy
/ el rezagado que vuelve / para conservar este silencio /
entre las paredes del instinto. / Llego y me siento,
subrepticiamente, / en el incómodo pupitre / que
guarda los años hurtados al maestro: / y el ayer se me
hace un hoy / defendiendo su mañana".
El Abad Salinas: "CONSTA en algún
códice el peso de los sonidos / que rodeaban al
maestro de la aritmética / metida entre los dedos del
alma. / Sé que él enseñó / a
conocer las antiguas raíces de lo intenso, / la
fecunda fiebre de quienes escuchan la armonía
obstinada del mundo".
Francisco de Vitoria: Ante la lápida que
cubre los restos del insigne jurista, inspirador del derecho
de las gentes de la América castellana, nuestro
escritor, el peruano-español, el de los dos lados de
América, el que conoce bien la histórica
realidad del indio y del mestizo, el también abogado,
"empapado de su aliento", sentencia: "También existe
una paz eternizable / decidida a garantizar el posible
olvido. / De aquí salió una voz para calmar /
los nítidos quejidos de otros semejantes. / De
aquí salió una idea que comprendió / la
índole del quebranto; una idea / que creció
ante la exactitud de la tristeza. / Un hombre con los ojos
puestos en el Supremo / no debe hacerse cómplice de
torpes abusos".
Carraolano de Urbieta: Se transmuta el escritor
en su personaje para confesar sus saberes y sus placeres:
"Yo, Carraolano de Urbieta, Bachiller por Salamanca, / no
sé otra cosa hacer que sobresaltar las carnes, /
rozarlas con la piedra filosofal, madurar las orillas / del
amor y amanecer descifrando códigos, / mimetizado y
sumiso al corazón de las doncellas".
Miguel de Unamuno: "Sucede que nadie llegó
a Salamanca a gritar blasfemias como él, soplando
fuerte, tensando los músculos, con el pecho
descubierto y la mirada terriblemente convulsa cuando
destrozaban las entrañas de su España (.) // No
haya quietud mientras el vasco indómito siga
respirando en su Salamanca".
Antonio de Nebrija: "Algo le decía al
maestro Antonio / que su trabajo era para siempre, / que las
palabras adecuadas son un poder, / no para hablar por encima
del hombro / sino como una alianza labrada / desde el
principio hasta el final. // Hoy su estela se asemeja / a una
palabra / recién creada / pero obediente al
gramático centinela / y con el aliento imperial
tatuando los labios / de sus mortales portavoces".
Girolano de Sommaia: "Inútil cuestionar su
afán por el teatro, / los libros que multiplican el
esplendor / junto a las tertulias literarias, junto / a los
lances amorosos, / junto a los juegos de cartas / y la
correspondencia con el orbe. // Girolano aspiraba a rodar /
por el plenilunio de los siglos. // Concedámosle un
trozo de cielo / y ningún olvido".
Diego de Castilla: "En la Universidad, un joven
limpiaba / su capa para vivir de otra manera, / para ser
magnífico y excelentísimo, / para que su voz
proyecte un sentimiento, / un eco de la Nueva España,
unos verbos / rezumando la trashumancia del castellano. / Don
Diego, llegado en el galeón de Acapulco, / guardaba
intacta la lumbre de los sueños, / el imperio de la
sangre amotinada / junto a las bellas cicatrices del delirio.
/ Pero un once de noviembre, un domingo / de San
Martín, vencidos aquellos consiliarios / que al
canónigo de Ávila querían, / su balanza
de afectos se inclinó a Salamanca, / al polen de la
creación universal.".
El poeta recorre también, en su soledad y en sus
evocaciones, los alrededores de Salamanca así como
variados rincones de la provincia castellano-leonesa, pero es su
nostalgia y admiración por Salamanca misma, la
indómita y majestuosa ciudad de Castilla la que
continuamente lo subyuga; vencido, sin más argumentos que
los ofrecidos por la emoción, Pérez Alencart se
inclina respetuoso y admirativo ante la dorada ciudad de sus
asombros:
"HOY eres tú el hervidero de mis rapsodias de amor.
Hoy la piedra, quieta en su lugar, late como yo quiero, se
incendia como una nave varada entre los cielos, concentrada en
deslumbrar las raíces del tiempo, hambrientas como siempre
por agrietar las creaciones que el hombre levanta
para responder a sus creencias o para reflejar la dicha de
encontrarse lejos del abismo; todavía. Hoy en el color que
el amor hunde en tierra firme y en aguas del Tormes, la ciudad es
un vividero bendito: hay vislumbres visionarias en la noche; hay
espíritus que zumban sobre el legendario puente de los
romanos y parecieran subirse a las grupas del toro atado al aire;
hay luz altiva en la nueva catedral porque nunca se agota la
lluvia de sus faros ni el vigor de su origen consagrado. Y en el
vecindario, entre tantas trifulcas del contacto humano, una paz
se impone; todavía. Hoy me encuentro de pie, en la otra
ribera, viendo cúpulas y cresterías donde anidan
las cigüeñas. El ámbito azul se va disipando
en el ultracielo mientras la limpia noche ensancha una inmensa
belleza que muda su piel al paso de las horas y las nubes: Todo
irradia hermosura; todavía. Salamanca es un mar amarillo,
una visión mayor, el mudo universo que me
hace atesorar imágenes de amor; todavía".
III. UNA MUJER EN
ALMA Y CUERPO
UNA benigna carnalidad ha llegado
como una ráfaga de mansas
constelaciones
para cubrir la epidermis del hombre
con litúrgicos esmaltes de
pasión intacta.
El ser humano es la pareja, confirma Pérez Alencart en
los entusiastas y apasionados versos de amor que tienen como
estímulo y poderoso detonante a una mujer de
armonioso y sonoro nombre -Jacqueline- que se le metió en
el alma y el
cuerpo al poeta para ser-con- ella.
Desde mucho antes de su periplo ibérico, de su estancia
castellana, de su domicilio salmantino, de sus afanes por ser
mejor, ya la que habría de ser su compañera de
ideales y su sostén afectivo en los momentos de duda y
vacilación, se había hecho presente en el asombrado
corazón del escritor: "ENFRENTE de mí el perfil
ardiente, la joven que llegó del país vecino para
cambiarme la existencia, para quitarme el sueño y dejar
huellas de su tacto. Un día tocaron a la puerta. Era ella,
vaticinando amor con su cuerpo inmaculado. ¿Dónde
estabas, centro de lealtad donde me cobijo? Mi sangre
pedía plebiscitos. Paciencia sugerían sus grandes
ojos. Ya no amanezco solo".
Ella, Jacqueline, su amor de siempre, ha compartido las penas
y las alegrías, las angustias y las tristezas, los
triunfos cotidianos y las frustraciones motivadoras de un poeta
que confiesa sin timideces ni subterfugios que su mujer es una
verdadera diosa ex machina, el innegable
élan vital
que lo acompaña en las travesías,
¿travesuras?, de su inquieto espíritu. El escritor
desentraña sin ambages la misteriosa energía
alternativa que emana del amor de Jacqueline: "MUCHOS se
preguntan de dónde sale tanta fuerza, / desconcertados
ante el caudal de mis empresas / y el
firme avance que sin trastabillar presento. / No puedo, aun
queriendo, contestar a todos ellos. / ¿Cómo
explicarles que es amor el combustible / de todos estos
vuelos?".
Es su mujer sonriente, alegre, entusiasta, la que empuja al
aventurero de la poesía, al caballero andante del verso,
al inusitado protector de poetas de diferente origen y diverso
verbo, a emprender proyectos
personales y colectivos, amistosos e institucionales, en una
Salamanca donde sus vecinos se quedan atónitos y perplejos
ante la aparente ilimitada capacidad de Pérez Alencart
para planificar y ejecutar planes propios y ajenos en ese arisco
y convulso mundo de la creación poética. A ellos -a
los sorprendidos y a veces incrédulos testigos de sus
impecables realizaciones- les reitera el poeta la invencible y
única fuerza motriz que impulsa sus muy variadas andanzas
en los territorios de la emoción poética.
Así, un tanto pudibundo, el poeta expresa: "¿En
qué lenguaje decir
/ que una sonrisa tuya abre en mí otro frente, / un
impulso que de repente invita a caminar de nuevo? / No, no puedo
ir por allí hablando de un sentimiento / que no se apaga,
porque vives / y eres estación donde todo florece amable
(.) / Allá ellos con su debilidad creciendo si el amor les
falta".
Imitando a Ovidio, el poeta de Sulmona, nuestro escritor, un
tanto desilusionado, decepcionado a veces, no por algún
fracaso contundente sino por las mediocres intrigas, una que otra
injusticia menor, en fin, envidias roñosas que nunca
faltan cuando del éxito
ajeno se trata, le habla a Jacqueline -ahora convertida en
apropiada Corina- para confesarle que, en esas ocasiones, cuando
el espíritu se abate: "sólo versos a prueba de
amargura puedo ofrecerte / desde este aprendizaje que
algunos denominan poesía (.) Eres mi Corina / y por ti me
bato a duelo. / Eres mi Corina / y en tu reino cosecho / las
parvas alegrías del tiempo".
Amor comprensivo, tolerante, amistoso, conocedor igualmente de
los estremecimientos de la pasión: "DISFRUTEMOS del
borbollón de hechizos / y demos consistencia a los
placeres cabales", de las trepidaciones del sexo, de los
temblores de la carne: "poesía es tu cuerpo, la muestra
mayúscula / donde el mundo tiembla si mis dedos tocan piel
canela", del versátil y dúctil lecho concebido para
las delicias y necesidades de lo humano, para los vaivenes del
atrevimiento, para el ir y venir de jadeos ansiosos y caricias
inusitadas que hacen reconocer al poeta que su mujer es: "la
intimidad donde me desplomo para sorber / la ambrosía que
hace de mí un ardoroso centauro. / El amor que hacia ti
tengo inventa pulsaciones / hasta ahora desconocidas".
Pasión convocada por un escritor goloso de las
humedades de su amada que -como demiurgo enamorado-
férvido, ardiente, ordena: "¡Hágase la luz en
el espejo azul de nuestro tálamo! / ¡Apáguese
la luz para admirar la sinuosidad / de las caricias!". Y la luz
obediente se prende y se apaga, la claridad ilumina el lecho para
los antojos del amor y la oscuridad se hace cómplice
luminosa de dos cuerpos que se entrelazan en los eróticos
rituales de las sombras, todo a fin de hacer posible que Alfredo
y Jacqueline, el poeta y su amada, el escritor y su apoyo
afectivo salven esos días apesadumbrados, aciagos,
"aferrados a la melódica / compañía de las
aguas y a la solidez que el amor cimienta".
Feliz el escritor se solaza, se recrea en el amor, su amada
está siempre disponible aun en las separaciones que
imponen la distancia, la mar océano, un lejano continente,
un millardo de kilómetros, otro tiempo y otro espacio,
porque sólo un poeta enamorado puede sin más
recurso que su apasionada imaginación ver en una nube: "el
nítido perfil de tu amada, / su idéntica sonrisa de
gracia, / el azabache de su cabellera. / Porque bajo este cielo /
es posible trazar una ruta directa / que alcance a los labios del
amor".
Desea el poeta que la mujer
seleccionada para compartir su vida, sus sueños y
realizaciones, sea: el pozo de mi única bengala, la
hoguera que colma mis tinieblas, mi princesa, limpio amor de mis
salvaciones, el corolario del encantamiento a que me sometes,
delirio sereno, grata compañía para las tardes
felices. El escritor reconoce que "tierna o solemne incubas
fieles temblores para el mismo centinela contagiado por el roce
de tus labios" y que, por encima de todo: "QUISIERA que tú
y tu mañana estuvieran conmigo, / pues mi mirada se detuvo
largo tiempo / ordenando tu sombra. / Invoco esta costumbre
repleta de señales
/ para inclinar hacia mí / los fulgores que solamente /
tú prodigas".
Para el poeta su amada es motivo de gozos y también de
eventuales congojas, porque hay días de esos, tristones,
en los que su mujer se apaga, se distancia, se pone entre
paréntesis y el escritor sufre las momentáneas
ausencias, los casuales extrañamientos: "Voy
replegándome cuando te siento lejana / y planeas por
encima de los sueños. / Corre, arranca, pero no
escapes".
No puede tampoco Pérez Alencart regocijarse en aquellos
momentos en los que el amor de sus entrañas habla y deja
caer un reproche: "ME dices que tu amor está como
alejándose / y quedo preocupado, pues sólo /
verdades nacen de tus labios. / Anduve, morena mía, dando
tumbos, / sin terminar cosa ninguna / arriba de los
sueños. / Tomaba pulso a tantas formas fugitivas / que
descuidé dar fuelle a la querencia. / Me inculpo, me
increpo, pero me empeño / en volver a subirme a la carreta
/ donde no perduran los olvidos".
El poeta deseoso de reconciliaciones, cansado de
lejanías, deshabitado, solo, despoblado de amor, implora
desguarnecido: "Sálvame, / ocupa este vacío que me
agoniza. / Tiembla desde el fondo, / nuevamente con apasionada
ternura, / llegando / velozmente llegando / para completar este
corazón y fundirte entre mis brazos".
Un verdadero doctorado amoris causa ha sido para el
escritor el estudio del cuerpo y el espíritu de la mujer
amada. Repasa sus contornos, estudia sus facciones, lee sus
adentros, incursiona en sus sentimientos, se adentra en sus
credos, ordena su sombra, escucha sus enseñanzas, se
alimenta de su mirada, bebe de su fe, en fin, se adueña de
su canoro nombre para aprisionarlo. Después de muchas
asignaturas vistas, de provechosos monográficos, de tantos
créditos alcanzados, de flamantes tesis y
tesinas, de doctorales exposiciones, Pérez Alencart
adquiere feliz conciencia de que
ella, su Jacqueline, la mujer que llegó de Bolivia,
"desde un lejano horizonte", lo ha hecho, lo hace y lo
hará ser más él: "Princesa: te ovillas en
mí / y me enseñas a ser cada vez más humano,
/ a no pretender alcanzar ningún tesoro, / a ser sustancia
de hombre, raíz profunda".
Ama el poeta a la mujer que además de hacerlo hombre,
lo hizo padre, aquella que le conmovió los genes y el
linaje, para llenar de orgullo y de esperanza a quien en su hijo
se encuentra reiterado. Con un amor distinto, nacido de su propia
e inalcanzable altura, anclado en la madurez de los amantes,
surto en la voluntad del escritor "para cuidar un amor de
consciente porvenir", Pérez Alencart celebra esta vez a su
mujer, ahora madre, la glorificada progenitora de su
unigénito: "Yo la amo con su hijo bienquerido: /
suficiente bendición que reunió / para demoler
insomnes odios amaestrados, tristes / frutos rebalsantes de
insensatas negaciones". (.) "Beso ese amor en lo bueno y en lo
malo, / porque intacto se mantiene: / éste es el
amorío a la única mujer / que me dio mi hijo
único".
Una y otra vez el trovador le canta a la amada -"Yo la amo con
un amor que viene del pasado, / con mi alma abarcando su cuerpo
infinito, / con mi voz que vive latiendo en su cintura, / con mi
sol de invierno entrando en sus cabellos…"- reviviendo las
fantasías, las invenciones, las usanzas de un amor
cortesano que se asienta -caballeresco- en las riberas del
Tormes, a la vera del río del inmortal Lazarillo, con la
ciudad dorada de Fray Luis, Salamanca, la otra pasión del
escritor, al frente de sus ojos. Pérez Alencart, el
hidalgo andante de Tejares, luego de su vela de armas, convencido
de que el tiempo no es sino pura ilusión de los mortales,
invita a cabalgar a su dama de todos los días, como si
fuera la primera hembra que se aposenta en los flancos de su
corcel poético: "Es momento, Dulcinea, que pongas tu pie
en el estribo / y subas a la grupa del viejo Rocinante. / El
tiempo se nos aleja y quisiera atravesar otros siglos / con tu
pecho pegado a mi victoriosa espalda".
Más actual, más mundano, recobrado el real
sentido de su aquí y de su ahora, lejos de
ficciones literarias y eruditas quimeras, el jinete de Puerto
Maldonado desciende de su corcel de fantasías para, esta
vez y para siempre -sin monturas, descabalgado, apeado de
ilusiones y espejismos- dejar inscrito en los verdes
árboles de su selva, en las rosadas piedras de Salamanca,
en el dorado cielo salmantino, y en la inmensa ingrimitud de la
provincia castellana su imperecedero canto de amor por la que
siempre nombra y nombrará:
"VENGAN tus besos hasta la alcurnia / de mis llamadas de
amor. / Venga el sagrado perfume / que derrumba mis tristezas / y
me alza y me hace partidario / de arrebatos humedecidos / en tus
lloviznas de fuego. / Vengan tus tersas manos / a recorrer
laberintos / del deseado sudario del éxtasis. / Venga el
feliz renacimiento /
que inventamos los dos / para volcarnos con carne, ofrendados /
ambos al eje del amor. / Vengan luces u oscuridades, / veranos,
otoños, inviernos / sin distinción alguna: siempre
/ te reconoceré como radiante / primavera de mi
corazón. / Venga la revelación de la deidad, / pues
presto a sentir de nuevo, impelido / a vivir encendido entre tu
piel, / extiendo el soliloquio y te descubro, / y te nombro, mi
electa Jacqueline".
IV. POETAS Y
AMIGOS: UN HOMENAJE
Yo no soy yo,
sino la voz de una hueste de poetas
que levantan campamento
en privilegiada parcela del Cristo
de los excluidos.
***
Antes de esculpir las palabras
que nuestra lengua humeante
silabea,
necesitamos escuchar con
fruición
el eco que los poetas difuntos
fueron dejando sobre la piel de cada
siglo
para que los aprendices no se
llenaran
de arena los oídos ni siguieran
alejados
de la enhorabuena de las
revelaciones.
EL corazón de Pérez Alencart es una probada
Plaza Mayor de la amistad y de la poesía. No concibe la
vida nuestro escritor sin sus amigos de diverso signo y sin sus
poetas amigos, a pesar de que en algún arranque de eremita
salmantino, de ermitaño amazónico, afirme tajante,
categórico, concluyente, que se siente solo en medio de
sus amigos. Nada más alejado de nuestra verdad, de la
opinión de sus camaradas, al menos. Los que hemos
disfrutado de su natural bonhomía, de su experimentada
bondad, de su benigno candor, preferimos recordar una de sus
tantas salmantinas despedidas sin lágrimas ni suspiros, en
las que sólo se permite lloriquear adentro a la
emoción recóndita y manuscrita del poeta: "Amigos.
/ Quedé sólo serenidad para adivinar / las
lágrimas o alegrías / del hombre que sube el
penúltimo escalón, / tanteando el aire, / resuelto
a olvidar múltiples crucifixiones. / Tiempo de
pálpitos infinitos, / ¡qué despacio te voy
sintiendo! / Perímetro de crujientes luces, /
¡cuán grato el haberte cohabitado! / Ciudad donde el
saber se manifiesta, / ¡nunca podrás desfallecer en
mi memoria!".
Amigos de diferente oficio y procedencia engalanan las
dedicatorias de muchos de sus emocionados poemas: "La
amistad es un imán encantado / donde dos seres se instalan
/ mientras el mundo gira / y gira". En buena parte de ellos
palpitan sus colaboradores de siempre, algunos de sus hermanos
como el poeta prefiere llamarlos para acercarlos no sólo a
su afecto, sino también a su enternecida sangre.
Allí se desvelan sus más íntimos apegos a
muchos de aquellos que se hacen uno con él para
que la vida vaya más allá de lo meramente
biológico, y pueda llamarse verdadera existencia humana. A
riesgo de quedarnos cortos en la enumeración, vayan
algunos de los nombres que más hemos visto asomar en las
simpatías y cariños del escritor: Alfonso Ortega
Carmona, Carlos Palomeque, Pilar Fernández Labrador,
Guillermo
Morón, Pío E. Serrano, el difunto Luis
Monzón, Miguel Elías Sánchez,
Sebastián Battaner, Rafael Sastre, Vicente García,
Lucinio López, Luis Frayle Delgado, Felipe Lázaro,
Cláudio Aguiar, Miguel Domínguez Berrueta, Carlos
Parra, José Luis Crego, Jesús Fonseca, Emilio Mozo,
Tomás Peña, Ricardo González Vigil, Dionisio
Fernández de Gatta, y tantos otros que escapan a quien
esto escribe y que muy probablemente requieran de un inexistente
y enjundioso addendum del que nos confesamos
responsables.
Sin embargo, con esta anuencia justificada en el
desconocimiento y la ignorancia, con esta licencia que
modestamente solicita el comentarista de este extenso y prolijo
epítome de la amistad, permítasenos centrar nuestra
atención en determinados afectos entrañables del
poeta, a quienes de manera directa y particular les dedica
personales versos, sentidos e intransferibles poemas,
rotulándolos para la eternidad con el lacre que se estampa
desde su corazón de compañero agradecido y
justiciero, porque como bien lo afirma el propio Pérez
Alencart: "a uno le gusta nombrar la gratitud / que inunda el
corazón. Porque / como hombre cabalgo entre sentimientos /
y lanzo telegramas / y vuelvo cada vez más a los
recuerdos".
Carlos Palomeque: "Yo estaba allí, / en
ese allí deslizado hacia el vacío / y el yo
habitado por doloridos adioses de mi patria. / Sin embargo, /
no faltaron apoyos felices / y un horizonte para siempre (.)
/ Así el destierro me acogió / con la fuerza
impalpable de los afectos".
Alfonso Ortega Carmona: "SU palabra
inauguró la felicidad como un bálsamo / que
aprendimos a saborear día a día (.) / Alfonso
Ortega preside el festín aquí en Salamanca. /
De su boca surge el preludio ameno / y las inmensas jornadas.
/ Celebremos el polen suntuoso / que proyecta a los
oídos. / Luego vaciemos las gratitudes".
Luis Cabrera: "VI un día de este
invierno al pintor Luis Cabrera, / palpitando su
corazón por la ciudad aquella, / sacudiendo los
pinceles en todo el lienzo, como nostálgico
huracán / que danza sobre una espuma de recuerdos. /
Las fotos del viejo almanaque se hundían en las
pupilas / y no había forma de quitarle la infantil
sonrisa, / pues creía encontrarse en la Calle Zapata,
correteando por el Vedado, / tirando de su papalote en el
malecón de tantos vientos, / divisando mar y
lejanías (.) Mientras tanto, ríe mucho, amigo
mío, que la risa / es buena medicina para calmar el
dolor del desarraigo / y de un ahora encostrado en la ciudad
/ de tu tremenda hechura".
Carlos Parra Jerí: "TRIPLÍCANSE las
alegrías cuando desde mi Perú, / desde ese
Perú que vive percutiéndome el alma, / oigo la
voz amable de quien otorga dádivas / y afectos con una
rara pureza que no olvido (.) ¡Qué
altísima es la confirmación de la amistad! /
¡Qué canto fértil me prodiga / para que
vaya superando tristezas! / ¡Ojalá me llame una
y otra vez / para que nunca se me olvide nuestro acento / y
sigan triplicándose sin fin las alegrías!".
Queda un pintor (Miguel Elías):
"¿CUÁL es, pintor amigo, el color / que
sostiene tu alegría? / ¿Con qué
seguridad / sin límites compones formas que convencen?
/ Tantos silencios en la entrega de tus dedos a punto, /
tantos trazos para acicalar asediadas bellezas / que
sorprenden con su suficiente luz / de mucho tiempo. /
¿Cómo es que no te cansas de mirar / el cuerpo
de la esperanza / o el polen del asombro que fecunda los
sentidos? / Se consuma despacio lo que no se despinta / y la
demostración de tu historia / con signos en la carne u
oraciones / sobre el lienzo".
Johan Leuridan Huys: El dominico flamenco que
estimuló la razón y la emoción del poeta
durante sus días de universitario limeño, es
también objeto de reiterados reconocimientos por parte
del escritor agradecido. Desde la Salamanca de su
adopción imagina Alfredo cómo Johan, desde el
distante Perú, vuelve de visita a su lejana Flandes
natal: "Se puede sentir cómo laten la geología
/ y la genealogía flamenca, en paz ya / los ojos
brillosos con el viejo cielo / de las lluvias
melancólicas / que llegan desde Oostvlaanderen (.) /
Larga es la oración que consuela / ante las neblinas
de la separación. Pero / se puede luchar como nadie /
para que el pálpito de la sangre / vaya y vuelva con
el viento del mar. / Se puede cosechar lo que se siembra, /
pues los frutos siempre tienen por destino / la vuelta del
hijo a los predios del padre".
Si los amigos le dan alegrías a Pérez Alencart,
son los poetas amigos –los de hoy y los de siempre, los
ibéricos (españoles y lusitanos) y los de otras
latitudes, los célebres y no, los frecuentados y los por
conocer, los que conocieron el destierro y los que nunca
emigraron, los antologados y los por antolojiar–
aquellos que verdaderamente entusiasman a nuestro escritor que
entre sus poetas habita. Como bien lo reconoce el escritor: "Lo
fraterno va con nuestra humanidad, / con nuestra sombra, / con
nuestro espíritu, / con nuestra lengua franca de poetas /
cuyo canto empieza / donde termina la muerte y
principia la vida / para sostener al mundo / con toda la
energía de nuestras peleonas voces", o bien: "Yo moraba
aquí, en este joyel fosforescente. Pero posesión
mía eran la estación y los andenes, la voz de los
antiguos maestros o los sueños de la estirpe vagando sin
límites, almacenando bagatelas y presentes en la sentina
de un bergantín abarrotado de difusas divinidades".
Larga, prolija, minuciosa, es la variada y plural lista de las
devociones poéticas de Pérez Alencart. Dejemos
entonces que sea la propia emoción del escritor el
único criterio, la estricta categoría de análisis, que congregue y organice ese
portentoso caudal poético que raudo, vertiginoso y
espontáneo, fluye por los veneros emocionados del
escritor. En efecto, de acuerdo con el peruano-salmantino: "Las
palabras dejaron su poso / y establecieron la prelación /
en el habla compareciente de los poetas".
Como si bogásemos con Pérez Alencart en el
inmenso río amazónico de sus querencias
poéticas, iniciemos este largo y fructífero
recorrido, esta expedición del espíritu, por los
desemejantes autores de los versos meandros, de las palabras
afluentes que inspiran y potencian la directa, la rauda
poesía de nuestro escritor:
Luis Cernuda: La reverencia, el homenaje, la
ofrenda mediante la identificación con la palabra de
otro, con el verbo distinto, puede ser un hecho creador,
recreativo, propio y ajeno que -en su ambivalencia- pone de
lado ambigüedades para producir certezas tan ciertas
como que Alfredo Pérez Alencart viva y reviva la
palabra, la voz peculiar, el canto inquieto de Luis Cernuda y
sea capaz de no alienar su palabra, de no hipotecar su propio
verbo. Pérez Alencart promueve, escribe, organiza,
disfruta de "la fiesta por uno de los míos".
Festividad múltiple, polisémica -poema,
música, canto, sonido, letra, pentagrama- se acompasan
para celebrar a quien la poesía le otorgó voz
eterna, a uno de "los suyos". Poeta secuestrado por nuestro
poeta que lo libera por intermedio del verso rescate, del
poema recompensa que otorga libertades definitivas a aquel
otro bardo que se impuso el cautiverio que supone la
diferencia de enfoques vitales y sexuales. Los poetas
conviven más allá del cuerpo, "en la sola edad
de la poesía", juntos se recuperan de nostalgias,
enjugan lágrimas, uno que otro hipo, para reconquistar
serenidades perdidas, el soplo benévolo del verbo
inicial, la palabra primigenia, apoyados ambos en secretos
sahumerios que alumbran corazones, incienso íntimo que
perfuma los adentros del hombre y le otorga a su existencia
ese "oxígeno irrenunciable" que permite al humano
hacer más llevadera su travesía en descampado.
Pérez Alencart nos salva del silencio que puede ser el
peor de los castigos, rescata los contactos de cuerpos
agradecidos que más que la palabra celebran los besos,
la saliva, los mudos desvaríos, el beso cobijado en el
bajo vientre, hace que sus Girasoles se tornen hacia
la palabra luminosa de Cernuda, "luchando por ignorar la
ausencia del ya partido". Nuestro poeta canta al suyo en
medio de realidades suspendidas, de impunes episodios, de
palabras huérfanas, para condenar juntos a quienes
"ignoran éticas y estéticas", reconociendo
áspero, explícito, que afortunadamente "queda
todavía el amor que a veces salva". El poeta apuesta
decididamente por el amor como también lo hizo el
sevillano: "el amor es incendio de dos cuerpos con
legítimos albedríos". Más allá
del amor, de la pasión, del deseo, de los sentimientos
legítimos y contrapuestos, del amor con h de
heterosexual o de homosexual -"sabía de
compañeros imposibles, / y de estrictas hermosuras /
destiladas desde se profundo espíritu"- el tiempo y la
muerte, déspotas, inexorables, intolerantes, llegan,
trayendo al lejano y distante más allá para
hacerlo pronto y cercano. Convencido está el poeta que
su poeta fue convocado a la soledad de la luz, allí
donde "se anclan alientos amasados / con palabras, el alma
que no fallece pero se alucina con eternidad, pero logra paz
en la sobremesa, / en la limpia posesión de los
enigmas". Realizadas están las ofrendas. Puede
Doña Amparo descansar en paz, pues su hijo, el
tercero, el distinto, el que desafió convenciones y
convencionalismos, resucita en la claridad sempiterna de la
poesía. Asido de la mano de Pérez Alencart
recorre ahora y por siempre "cierto jardín lejano
donde imágenes germinan, / donde signos se aran, donde
sólo se busca la práctica del sagrado
oficio".
Carlos Contramaestre: No puede ocultar el poeta
su admiración y respeto por este poeta venezolano.
Testigo de sus últimos y dolidos días
salmantinos, Pérez Alencart lo evoca: "Un buen hombre
planeaba por este mar de llanuras con su aullido de lobo
herido. Su ballena rebelde también acompañaba
al noble hechicero mientras él revisaba lápidas
apropiadas y con otros ojos invocaba a la persona amada. Eran
otros los ojos utilizados para dibujar la nostalgia y los
cuerpos desnudos y la lluvia y la fábula y que se
transformaba en alma (.) Era la firma de su vuelo".
Años después, libros después, el
escritor -transido- rememora nuevamente al poeta amigo:
"Vienen soledades en avalancha / toda noche negra apareada de
vinos: / entonces escribo con estrellas / y ceno el
águila disfrazada de bravo / corazón y bebo una
inmensa lágrima / y me limpio / con el rojo papel
dañado / por el origen del desconsuelo".
Gastón Baquero: Hay adioses que duelen,
que conmocionan el corazón para siempre, así es
la despedida desgarrada que nuestro poeta le dedica a otro de
los suyos, quizás el más suyo: "EN
este cristal te me escabulles. / También mi voz se
anega / de primavera, a ras, del suelo, / derramada. / Cruzan
los abandonos / por el espejo vacío / ¿No
estás? / Rompo la telaraña de este mundo con
las piedras del deseo. / Así no quedarás /
lejos para dar pisadas de viento / muy cerca de mis
oídos. / Me adhiero a la luz que concibes: /
sostenme". Más recientemente la remembranza del
maestro lleva al poeta a convocarlo de nuevo "desde el
sótano de la muerte", para rendirle renovado homenaje
y formular una promesa: "Me acurruco junto al pálido
rostro de Gastón Baquero / y con él
sonrío, inocente ante la lumbre del infinito, /
prometiendo llevarle al trópico donde su paladar /
sabrá saciar los vapores volatilizados por la ausencia
(.) Una zarza arde alumbrando su vuelo en soledad; / una
rapsodia sincroniza los latidos de Gastón / con los
tres latidos de mi casa. / ¡Oídlos!".
Ramón Palomares: Otro de nuestros notables
poetas es, asimismo, otro suyo del escritor. En
efecto, no oculta el poeta su respeto y admiración por
su colega mayor venezolano. Por ello, en un texto en prosa
presentando la antología que hizo del poeta de
Escuque, dice: "Ramón Palomares es el maestro que
ensilla tierra de nubes y despierta nuestro gastado idioma
recuperando su mejor caldo en la olla del mestizaje (.)
Representa otro de los pocos ejemplos de magna poesía
transustanciada desde las rendijas de los adentros, desde la
dimensión de la naturaleza convocada para derramar
bálsamos sobre la zozobra de los días". Para
Pérez Alencart, "Palomares respira hacia el futuro con
la despierta algarabía de quien atrapa mundos con una
mirada de halcón que traspasa nubes locales y se
vuelve universal de tanto besar árboles y
pájaros del paisaje andino. Lo veo lleno de
raíces de sus amplios dominios, acodado a la
independencia de los vientos que conducen hacia un
único destino: al amor sin dobleces, como corresponde
al antitiempo de la poesía.". El también poeta
nuestro -Pérez Alencart ha declarado muchas veces su
pertenencia a lo venezolano- al escuchar la voz del poeta
suyo implora: "Calla, viejo lobo tan querido. / Calla, que
desfallezco en esta tierra de nubes / donde cantan
pájaros de inquietante hermosura / y los dioses siguen
abriendo caminos / a fieles espíritus que me tocan con
su aliento helado". O, también, en otro poema, el
peruano encaja a Palomares en su entorno, en las altas
montañas andinas: "El viento de la mañana
ensaya balanceadas piruetas / cuando las orquídeas
brotan de los dedos sembradores / del viejo chamán que
sabe ver las rendijas del cielo (.) A voz llena grita el
chamán para que no se apaguen nubes / ni vientos, ni
lluvias ceremoniosamente conjugadas para signar una
geografía emergida desde la faena de los sueños
(.) ¡Cuánta claridad sabe despertar pensando en
el padre de todos los misterios! (.) Por tales alturas el
pastor, chamán o profeta, moldea / oraciones con el
verbo genésico prensado en su boca (.) Poeta o
chamán, profeta o pastor, el hombre sencillo / sabe
que el legado de Cristo pesa en su balanza / y ya no le
asombran los milagros del agua o la clorofila. / En tierra de
nubes los colores del cielo están abajo / de su voz,
debajo de su maravillosa y auténtica voz".
Claudio Rodríguez: Otra vez las despedidas
no deseadas resuenan en los poemas de nuestro escritor, en
esta ocasión se trata de prodigarle un dolido hasta
luego a otro de sus fraternos poetas: "Entonces grité,
a modo de último adiós: / ¡Toma el
zurrón, Poeta, / y llévate una ración de
vientos / con olor a tiernos pinos! / ¡Aquí te
dejo la cantimplora / con unas gotitas del Duero / para
humedecer tu eco".
José Hierro: Pérez Alencart asiste
también, a través de sus versos, a los
postreros y escasos momentos de oxígeno del reconocido
Pepe Hierro: ". camina delineando / su último rostro
oxigenado, muriéndose / a capítulos
después de muerto (.) Viene y va el poeta con sus
letras de diferentes colores, / fumando sin permiso de
médicos y parientes, / masticando geografías de
su patria / hasta que la respiración se le va
distorsionando / en presentimientos (.) Diciembre quita la
vida a quemarropa, / sin ton ni son (.) Siempre faltan las
penúltimas palabras; aún no se han leído
todos los mensajes".
Rosalía de Castro: Hasta la tierra de los
pimientos y de la poesía femenina pionera, a
Padrón mismo, se dirige el escritor para desear
merecido descanso y paz eterna a una de sus poetas madres:
"QUIERO que nada turbe tu descanso / bajo el músculo
de tus palabras / que fuiste tiñendo de
morriña, / tú, extranjera en tu propia patria
(.) / (¡Adiante, madriña das magullas!
¡Adiante, pomba dos lóstregos!)".
Rafael Alberti: El poeta pintor es retratado por
Pérez Alencart en el momento mismo en que: "se apoya
en un poema / mientras pinta palomas de la paz / con la
generosa luz del destierro".
Miguel Hernández: Una y única
asimilación, ¿para qué más
subrayaríamos nosotros? realiza Pérez
Alencart para otorgarle especial distinción al humilde
poeta de las cebollas: "Posees poesía / hasta en el
furor / cóncavo de los sentidos / Poesía es
tu palabra.".
José María Valverde: Sin más
el poeta de entrada y a palabra batiente comunica: "Yo lo
declaro huésped de honor / de mi entusiasmo
consecuente, / ajeno a cualquier privatización del
espíritu (.) Pura es la verdad de todo latido arisco a
las prebendas (.) Que las palabras sean benditas
mordeduras".
Olga Orozco: Canta nuestro poeta a otra paladina
de su poesía, confiesa que mira y "ahí siguen
los signos / de tus humeantes entregas, / el fósforo
de un mundo que me hace compañía con su
fantástica realidad. (.) Me echo tu sombra a los ojos,
/ me aromo con la melancolía de todos tus
sueños, / me meto en el cuaderno de deberes de tu
pecho / y me embriago en un río sonoro que guarda el
canto / de los últimos pájaros solitarios".
Antonio Claros: Otra vez el pésame y el
silencio ante la muerte de otro de los suyos: "En una calle
de Almendralejo de España / murió el poeta de
Trujillo del Perú (.) El hoy no era de él, sino
el mañana".
Jesús Hilario Tundidor: El poeta le
propone a su admirado colega que se miren juntos en el espejo
para leer detrás de la imagen lo que la hondura de su
sentimiento le dicta: "Queremos constatar lo que parece que
somos, / iluminar las fuentes del desasosiego, / perdernos en
aquellos reinos primigenios / donde la noche sigue siendo
grieta / y oscura combustión. / Habitan asombros al
otro lado de la mirada / pero no es posible huir del
buzón de plata: / sólo resucitar
desórdenes de días pasados; / sólo
sollozar o sonreír al leer la propia suerte. / Lo
impredecible se amotina en el vaho del espejo. / Allí
se desploman restos de soliloquios, / chorros de
melancolía electrocutada / por la respiración
del cosmos (.) Pero insistimos en oficiar rituales valiosos /
con ojos manchados de fatiga, / transitando caminos sin
regreso, / asidos apenas al garabato de nuestros cuerpos / y
a sinfonías de fieras borrascas. / Ay, si nos
hiciéramos espíritus / antes que se desaten los
tristes habitantes / albergados en tan parpadeante presidio.
/ Ay, / tres veces ay, / por la sed de los espejos".
Antonio Colinas: Desde la llegada del poeta
Colinas a Salamanca, Pérez Alencart ha desarrollado
con el escritor leonés una fructífera y genuina
relación amistosa que se asienta, además del
afecto personal, en la admiración y respeto por esta
voz mayor de la poesía hispana. Acompañado por
el poeta de la mansedumbre durante una travesía por el
Valle del silencio, nuestro escritor registra lo que ya ambos
poetas conocían: "NO caben fronteras para el silencio,
/ para el blanco silencio inmutable / donde el hombre queda
la víspera / de la confusión que nunca duerme
(.) Entonces la carne se torna en verbo / e intentamos
articular palabras / que no rompan la esencia del silencio /
donde el hombre se funde con el Hombre".
Margalit Matitiahu: Regresa el poeta al origen de
su linaje más lejano, se zambulle en el Talmud y la
Torá, y desde la memoria genética de
persecuciones arcanas, rememorando el texto del edicto de
expulsión de los judíos de España en
1497, Pérez Alencart se presenta en Jerusalén
para saludar a la poeta sefardita: "Aquí me tiene, /
cruzando la puerta roja y el candelabro de siete brazos, /
creyendo oír salmodias de una multitud de bocas / que
antiguamente mantenían la esperanza / ante
hipócritas oficiantes del terror (.) Inquisidores
escupiendo el rostro del último rabino / llamado
Benjamín Peres".
Emilio Adolfo Westphalen: Conmovido ante la
ausencia definitiva de E. A. W., el poeta Pérez
Alencart evoca y se lamenta: "Yo estuve en su casa, sobre el
Pacífico y la garúa de Barranco (.) Allí
me habló, / y sus palabras me queman todavía. /
Allí regían ingrávidas profecías
/ que te injertaban al menor descuido. / Muerte tras muerte
me acuerdo de sus salmos / por la frente y por el aire. / Ya
no tengo a quien no se repetía (.) Tendré que
revivirlo constante en el ojo del enigma".
Enrique Viloria Vera: Para el poeta amigo que
anhelante llegó a Salamanca en busca de la esperanza,
el escritor -sabio- le transmite fraternos consejos y
verdades: "Has sido y serás el que no espera
grilletes, / el que desflora ciudades quemantes, / el que al
alba sepulta sus lágrimas / mientras coloca las
mejillas en el mapa / donde va deformándose su patria
(.) Viajas por la anchura del mundo / con el equipaje de
quien conoce fronteras, visados y múltiples lenguas. /
Pero viajas con un sentimiento que te sigue / hasta el
hontanar de la duermevela: / sabes bien que tu
espíritu sólo podrá aquietarse / en
medio de la plaza de tu ciudad enceguecida".
Fray Luis de León: Y para finalizar por el
principio de las emociones poéticas de Pérez
Alencart, dejémoslo con su devoción -expresada
en el más puro castellano peruano- por el fraile de
marras: "PASA que visito Salamanca sólo para que Fray
Luis / se me descuelgue desde el recuerdo carnoso de sus
liras, / desde sus cuadernos de deberes que va cayendo
-siemprevivo- la noche arrugada en la que le planto conversa.
/ Libro en mano, como si quisiera poseerlo del todo / grito
hacia su destiempo: / ¡Bájese de las cumbres en
las alas de un estornino! / ¡Véngase a este
reino, don Luisito! / Y./ Ayayay, mi buen Cristo de las
justas rebeldías, / aquí mismamente me lo pones
igual que cuando era, / me lo acercas desenterrado por mis
ganas, lo destacas / como luciérnaga o lazarillo de
esta pétrea errancia / que apenitas es dulce
conmigo.".
Pérez Alencart nos convoca de nuevo a su niñez
para ofrecernos sin disimulos la razón afectiva que, en su
madurez, lo conduce a que los poetas de habla portuguesa ocupen
también un lugar privilegiado en la bilingüe
emoción del poeta. Rememora el escritor: "Mi infancia
saltó por triple
frontera de una misma selva (.) Mi madurez salta por doble
frontera de
una misma Iberia (.) Mi infancia y madurez / crecen sobre dos
idiomas: / el castellano y el portugués".
Así que nada tiene de extraño que el homenaje
poético que Pérez Alencart efectúa a lo
largo y ancho de su vertiginosa obra, incluya una valiosa
selección de poetas lusitanos:
Miguel Torga: El otro yo del poeta lusitano,
Adolfo Rocha, surge varias veces "de la profundidad de la
quietud a orillas del Mondego" para asomarse súbito y
reiterado en la emoción de Pérez Alencart,
quien convencido de que Rocha ya no está más en
Coimbra se topa entonces "vivito y coleando" con Torga, para
confesarle a ambos: "Existe una muerte que alguna vez he
visto; / por eso admito que el rostro oscuro / de aquella
noche lunar era el de Miguel Torga / parando a los vivos para
que aprecien los truenos / que iluminan el mundo, la palabra
/ adelantándose a las banderas que derriten
libertades; / la carne sobre la carne perpetuándose en
la certeza / radical de una poesía que siempre
alzará vuelo / para que otros ojos la recuerden (.)
Era Miguel Torga con su nombre sustituto".
Fernando Pessoa: Al inveterado e irreverente
lusitano Guardián de Heterónimos, el
poeta lo festeja diciéndole como si estuviera a su
lado en la rígida e inmortal imagen de Lisboa: "NO
muere el aire ni mueren los versos / que logran abrir el
broche del tiempo. / No, nunca se apagan las soledades / que
van poblando el cuerpo natural / del fértil ser de las
palabras sólidas. / Alguien escribió signos
contenidos: / ahora otros ojos ya son sus dueños".
Eugénio de Andrade: Implorante
Pérez Alencart le ruega, humilde, al poeta de poetas:
"Despierta royendo las tinieblas / ahora que todo es
invisible / y sólo el deseo indesmayable / hurga por
las ruinas de tu cuerpo (.) ¡Despierta! Tal resulta el
deseo / de quienes siguen leyendo tus versos".
António Salvado: Vuelve otra vez nuestro
poeta, incesante y prolijo, a homenajear a uno de sus
más cercanos afectos lusitanos. Con la familiaridad
que produce la inocultable amistad y la evidente
admiración reconviene a António: "SIGUE
así, arquero lusitano: / esclavo de tus ojos,
rehén de las querencias, / nominador de tantos
paisajes del espíritu, / tutor de pródigas
cornucopias, caminante / que vas ofreciendo la esperanza loca
/ a todo hombre que llega a tu regazo".
Ejecutadas las ofrendas, realizados los homenajes, culminados
los respetos, develados los recónditos afectos que el
poeta deja ver sin disimulos para reconocer y gratificar a sus
incontables amigos y a sus elegidos poetas, retornemos con
él para reiterar voluntades y propósitos vertidos
en esta su personal e intransferible
Inscripción:
"Tal vez esto también se llame amor: ordenar
palabras, darles su voltaje para sostener la vida en voz alta y
en la médula memoriosa del poema. Tal vez esto de tener el
ojo abierto ante la inmensa ceguera de los días ayude a
presentir presencias y ocupaciones de otra realidad poco
examinada, más aún en estos tiempos, cuando
avergüenza hablar de las cosas del espíritu. Tal vez
lo único que se redacte sea el estupor del hombre o su
vacío, pero siempre hay más que el metódico
trabalenguas dictado por la muerte. Tal
vez el amor independice al hombre de arreos truculentos,
nutriéndolo con la ley fundamental
de Cristo, hasta hacerlo depositario del cotidiano milagro de
existir.".
V. CON CRISTO,
POR ÉL Y EN ÉL
Volvimos a nacer el día que Cristo
caminó
sobre la intemperie de nuestras
almas.
Volvimos recontando sus huellas y
parábolas
desbordantes de amor y
poesía.
Volvimos con esa otra luz más
pura
alumbrando nuestro interior.
Volvimos religados a su Palabra.
Pérez Alencart se hace uno con Jesús, con
Cristo, con Jesucristo; la necesidad de re-ligación con un
Ser Superior, justo y bueno, habita también en su
heterogénea y múltiple poesía. Salmos y
cánticos, versículos y alabanzas, loores y
aleluyas, devociones y saetas, antífonas y ofrendas le son ofrendados por
el escritor a un Cristo doméstico, familiar,
hogareño, que habitó, primero, a su solaz, en el
corazón de la mujer del poeta, para luego proponerle al
escritor cotidianos desafíos, inéditos credos a su
afectivo y gozoso corazón de juglar de un dual y
recién estrenado fervor, divino y mundano, carnal y
espiritual: "Yo la amo con su Jesús de la abnegada
entrega, / con su Jesús que también está
dentro / de mi sangre, creciendo en toda mi alegría, /
acarreando panales llenos de amor / para que la canción
del hombre se arrime al milagro / y no falte dulzura al resto de
la esperanza".
Pérez Alencart exterioriza sus renovados
bríos por la palabra múltiple. De la poesía,
imagen hecha
letra, de su mujer destilando maduros y encendidos amores, y del
recién bienvenido Cristo de sus adentros -Dios hecho
humano- nos habla abiertamente el escritor para establecer los
certeros y delimitados límites de su triángulo
afectivo más reciente: "Tú estarás viva en
mí, / poesía de los dólmenes / y de las
generaciones / que traerá el futuro. / Viva para
convertirme / en raíz o mordedura, / salto mortal del
rugido / imantado al vientre / desnudo de la esposa. / Viva
estarás en la cruz / donde un pródigo Jesús
/ sigue fijando el amor / que embrujula al hombre. / Tú,
ella y Él estarán / acompañándome
dentro, / allí donde cosechamos / el fruto de las
querencias".
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